lunes, 9 de mayo de 2011

El odio del mundo

La persecución religiosa va en aumento. Mejor dicho, aumenta el anticatolicismo extremo. A mi modo de ver está "actitud" es vergonzosa, ridícula, denigrante para quien la ejerce, inadmisible... ¿Qué ganan atacando iglesias, patrimonio artístico y cultural, y librerías religiosas? No lo saben, "Perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Hasta hace poco mis creencias se tambaleaban, yo no estaba muy segura. Pero, cuanto más aumenta la persecución, más aumentan mis ganas de acercarme a "El Jefe". Porque, mientras la mala gente proclama la violencia, la intolerancia, el miedo, la imposición de ideas... los que admitimos la religiosidad genuina del hombre seguimos proclamando la libertad (los demás son libres para creer o no, pero jamás para agredir), el perdón, la alegría, la Vida... ¡tantas cosas que valen realmente la pena! Entiendo que también hay fanáticos religiosos, pero ¿no serían iguales a los que entran a decapitar esculturas de santos, o a tirar piedras? ¡Anda, si resulta que un lado y otro se ponen al mismo "nivel"! Pero debemos olvidar esos extremos radicales: hay muy buena gente que no cree o no practica ¡y tiene todo su derecho a hacerlo! y además respetan cualquier posición diferente a la suya. Los católicos debemos hacer lo mismo: preocuparnos por nuestras obras, el bien que podemos hacer, respetar las diferencias ¡nadie es inferior! Se que hay gente que se proclama profundamente cristiana pero luego llega a uno límites de crueldad intolerables, pero es que nos olvidamos de que siguen siendo humanos ¡todos metemos la pata! Pero ese es otro tema. La Iglesia, ya lo anunció Jesucristo, está formada por pecadores, Él mismo se rodaba de gente "de mal ver", pero también gente muy humilde. Sobre ese tema escribiré en otro momento.  
Y lo más divertido de todo, siempre lo digo: cuánto más nos persiguen más nos dan la razón, más Le dan la razón. Él mismo dijo "Si me han perseguido a mi, también a vosotros os perseguirán". Vamos, que ya nos avisó, nos dijo que no sería fácil. Pero yo afirmo, como ya lo hizo el Beato Juan Pablo II: al volver la vista atrás, y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo.

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