viernes, 27 de mayo de 2011

En el recuerdo dormido, el despertar olvidado

Vuelve a desvelarse por las noches. Se acuesto relativamente cansada, somnolienta, tranquila...pero en mitad de la oscura y callada noche despierta, sobresaltada, sin ningún motivo. Mientras se enreda entre las sábanas vuelve ese dolor punzante, que no sabe por qué le ataca, no conoce el motivo ni encuentra ya la manera de aliviarlo; hace que gima en gritos ahogados 
Hay además otro dolor, cuyo razón si conoce, pero no existe alivio más que el olvido; pero se niega a olvidar, porque su dolor viene del propio olvido, de que alguien se olvidó de ella. Ya nadie se preocupa de esas noches en vela que ella sufre, de ese dolor continuo. Y no solo eso, sino que le ha sumado otro dolor más fuerte y duradero. 
Ella quitó de la vista todo objeto que pudiera aflorar recuerdos. Por un momento pensó que lo mejor sería rendirse al olvido. Pero ahora, en la quietud de la noche, se da cuenta de que no sirve de nada esconder lo que ya forma parte de ella, aunque lo odie, aunque lo ame. 
Se levanta, agarrándose a los muebles. Busca torpemente más medicamentos, pero ya los ha probado todos     y ninguno le ayuda. Frustrada, se sienta suavemente, sin perder elegancia, en el viejo sofá del pequeño salón-comedor. Se pierde en su dolor, no en el físico, si no en el dolor de formar parte de lo que le hiere. Parece que el dolor de su alma empieza a tomar posesión de su cuerpo. Se siente lejos, se siente vacía, perdida, agotada. Ya no hay fuerza siquiera para llorar. Y así pasan las horas de la noche: entre los escritos del que olvida, entre los escritos olvidados. Sola, nocturna, hierática, fría, agonizante. 
El que olvida se ha ido, se ha olvidado incluso de sí mismo, sin saber que ambos sienten la misma desesperación de distinta manera, porque el sufrimiento del que olvida, es la agonía de la que recuerda. Todo pierde sentido. Incluso que ella padezca. Todo queda en nada; dormido, mientras ella espera despierta.

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