miércoles, 25 de abril de 2012

Paraísos perdidos

Los lugares en los que hemos deseado estar pueden convertirse en nuestro paraíso o en el fin de otro de nuestros sueños. 
Independientemente de esto, el llegar a esos sitios, nos hacen descubrirnos a nosotros mismos, y descubrir a los demás. A veces simplemente ocurren las cosas, sin darles importancia, pero otras nos damos cuenta de que  la magia de ese viaje se ha esfumado, o que podría ser infinitamente mejorable. Caemos en la cuenta de que, lo especial de cada sitio del mundo no es solo el paisaje, la arquitectura, la gastronomía, el ocio...no...lo más importante son las personas, y casi siempre son las que brillan por su ausencia. Ellas son las que, indirectamente y sin intención, determinan como será nuestro viaje: si nos esperarán a nuestro regreso, su silencio, su lejanía...a veces cambiaríamos el lugar más paradisíaco del planeta por el peor, a cambio de poder tener cerca una sonrisa que extrañamos, un gesto. Nos preguntamos constantemente "¿qué haría él/ella si estuviera aquí? ¿y si estuvieramos aquí juntos?" Desde luego, lo pasamos bien, pero...en fin.

Cuando hay un viaje, siempre hay algo bueno y algo malo, y casi siempre la peor parte se la lleva quien espera.  A veces, cuando te sientas en el sofá, sientes como esa persona se está alejando por momentos. A veces la diferencia horaria, el no poder hablar, o simplemente, está mucho más lejos que geográficamente. Te preguntas entonces "¿qué estará haciendo? ¿piensa en mi o ya me ha olvidado?" Y cuando esa distancia es tan obvia sabes, en el momento en que lo descubres, que ya no debes ir a recogerle a su regreso.

Si, la distancia nos separa mucho más que físicamente, a veces no se necesita mucho tiempo, ni mucha distancia. Simplemente tiene que ocurrir. De pronto todo se vuelve lejano, frío, apagado, la alegría es triste...pero ya no podemos hacer nada. Se ha acabado. Pero el viaje continúa.