miércoles, 2 de noviembre de 2011

Macrobotellón y "Jálogüin"

Paseo entre las avenidas Blasco-Ibañez y Primado Reig (entiéndase paseo como perder los pulmones por coger el metro a la hora). Un jueves más, la zona está empezando a llenarse de jóvenes universitarios y algunos a los que dentro de poco les serán reembolsadas sus antiguas matriculas a modo de pensión. 
Me contagian su entusiasmo, sus ganas de pasarlo bien y burlarse de las cosas serias, que para eso están. Pero yo tengo prisa, y solo puedo pegar un vistazo. De pronto, en una fugaz mirada a un escaparate veo una pintada que dice con orgullo: "SI AL BOTELLÓN, SI A LAS DROGAS" 
Hacía bien en ir al metro.

Por lo visto, en mi ciudad se está librando una especie de guerra. No faltan nobles y valerosos motivos, la búsqueda de derechos fundamentales, el deseo de una vida mejor: poder hacer botellón en el campus universitario incordiando lo máximos posible y dejando las secuelas de un bombardeo aéreo (lo de las drogas fue una licencia del artista en cuestión). 
Luego viene una nueva moda: celebrar el "Jálogüin" (habrá que hispanizarlo un poco, además de con disfraces que atentan contra el buen gusto). Ya no celebramos el puente de Todos los Santos -¡que retrogrado y facha, por Dios!- ahora "jalogüineamos". 
En fin, ya te he puesto en antecedentes, ahora viene el meollo. 

La guerra de los botellones avanza amenazando la paz de la galaxia. Los defensores de tan loable causa ahora se reparten por la ciudad luchando contra los sosainas de los "policeros". A ver quien puede más, que seguro que esos hombres y mujeres de mediana edad no se enteran de nada y la niñata de turno puede meterse entre ellos, burlándose, como si fuera a comenzar la Revolución Francesa. 
Para darle mayor seriedad al asunto, a los del macrobotellón se les unen intelectuales de la edad del pavo. Tan mal vamos, que había chavalines de 13 años jugando a emborracharse y meterse con la policía sin salir mal parado "soy menor, no puedes tocarme". Lo peor es que haya leyes que amparen esa conducta. 
Esos jóvenes luchadores de todas las edades (para mayor gloria y buen ejemplo) acuden al centro de la ciudad disfrazados de hermosos personajes que suspiran por la muerte. Tienen tanta personalidad que adoptan una tradición de origen desconcertante y no del todo definido, que no tiene nada que ver con su supuesta cultura. 
Esa tradición de países que destacan por no saber donde están los otros, llena las calles de jóvenes payasos, que en lugar de celebrar su juventud e ilusionarse por todo lo que aún tiene que sorprenderles, realizan un canto a la muerte. Esa noche son muertos vivientes, vampiresas abortistas, brujas busconas...a uno le llenan de esperanza en el futuro. 

En primer lugar, si quieren dar miedo de verdad, que se disfracen de banquero, cobrador del frac, hipoteca, embargo, cifra del paro...
Pero, dejando los sarcasmos, consiguen realmente dar miedo. Por ver tantos jóvenes envejecidos, sin ilusiones, esperanza, luchas, compromisos, sin ganas de crecer. Es vergonzoso que solo se unan para luchar por una causa que les destruye. Ver un macrobotellón es más apocalíptico que un capitulo de Walking Dead. Eso si que está lleno de muertos vivientes: toman sus basuras hasta quedar con todas sus facultades atrofiadas, apenas saben caminar, vomitan, gimen, gritan, pierden la noción de todo, se autodestruyen. Pretenden sobrevivir muriendo. 

Los que no tenemos resaca al día siguiente vemos lo que ha quedado. Se cuentan toneladas de basura que cuestan limpiar horas y horas, con el doble de plantilla, y un gasto vergonzoso. Gasto que hacen los adultos, los presuntos y terribles opresores, que siguen partiéndose la espalda para llegar a fin de mes, para pagar los impuestos y limpiar la mierda de los jóvenes muertos vivientes que tienen miedo de vivir. 

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