viernes, 3 de junio de 2011

Viviendo con el Espíritu Santo

La Trinidad, ese gran misterio... Dios Padre, vale, Dios Hijo, vale, y Dios Espíritu Santo... ¿y ese quién es? Efectivamente, el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, incluso para muchos "catoliquillos". ¿Es una paloma? ¡No! ¿Es una luz cegadora? ¡No! ¡Es mucho más que eso! Existe Dios Padre: creador; existe Dios Hijo: redentor; y existe "la palomita". El "pajarraco luminoso" procede del Amor del Padre y del Hijo, es el Amor, y el santificador. 
El Espíritu Santo es, junto con la comunión, como un bote de espinacas para Popeye: tiene muchísima fuerza, nos ayuda en lo que le pidamos y sea necesario. Sólo tenemos que dejarle actuar en nosotros; no verás lenguas de fuego ni focos luminosos que alegrarían mucho a las compañías eléctricas, pero Le sentirás. 
La garantía es que Jesucristo nos dice en el Evangelio que, antes de ascender a los cielos, no solo nos deja la Eucaristía (que se dice pronto), sino que nos mandará a su coleguilla, y ahí llega Pentecostes. Tú y yo también tenemos nuestro Pentecostes, y no hay efectos especiales porque resulta que tú y yo ¡ya somos Templo del Espíritu Santo! Es decir, que Él ya habita en nosotros. Sí, Dios está en nosotros, siempre y cuando le dejemos (no olvidemos que somos libres) 
Si dejamos actuar al Espíritu Santo podremos llegar a nuestra plenitud, a la paz ¡a lo que quieras! Porque nadie sabe las posibilidades que tenemos más que el Espíritu Santo. Ahora somos como el bloque de mármol que espera en el taller de Miguel Ángel y que con el tiempo "saca" a Moisés, y un niño curioso le pregunta al genio "¿cómo sabías que él estaba ahí dentro?" Así mismo, solo el Espíritu Santo puede ver la obra maestra que podemos llegar a ser si le dejamos "tallarnos". 
¿Cómo lograr este super-Poder? Primero con la confesión, que nos hace estar en gracia de Dios (dejar que esté en nosotros), porque con cada pecado mortal "echamos" un poquito a Dios de nosotros. Segundo con la Oración. Y tercero en unión con la Cruz, ofrecer pequeños sacrificios del día a día (cosas que no me gustan y debo hacer), que es como se demuestra el amor, no solo con palabras. Dios es un poco como un novio celosillo. 
Pero sobre todo háblale, pídele ayuda, que te guíe ¡déjale quedarse! ¡Pídele que se quede! ¡Tira todo lo malo   para que tengo más sitio en ti! No seas un frío bloque de mármol ¡se el magnífico Moisés! ¡se mucho más!
¡Que bueno! ¡que grande! que Dios quiera quedarse así, dentro de nosotros, en callado huracán de perfección, de fuerte delicadeza y delicada fuerza, en una creciente avalancha de Amor. Y lo hace por Ti, porque quiere lo mejor, y solo lo mejor, para ti ¿y qué hay mejor que Él mismo? 

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